jueves, 4 de febrero de 2016

BLANCA y el vagabundo.


El eterno vagabundo estuvo viajando dos días por aquella solitaria carretera que parecía no conducir a ninguna parte.
Aún saboreaba la sangre de su última víctima, una hermosa mujer a la cual sorprendió en su alcoba cuando dormía. La mató impiadosamente como era su estilo.
Llegó a un pueblo olvidado por el mundo.
Sus calles vacías y su escasa luz provocaban en los visitantes cierto escalofrío.
Se detuvo en el primer hotel que encontró, rentó un cuarto de mala muerte y aguardó a la noche.
A las diez salió hacia el único bar del lugar.
Ya en la barra, pidió un whisky y contempló a todas las mujeres que allí se encontraban.
Estaba escrutando cada rostro cuando un murmullo lo distrajo.
Miró hacia la entrada y allí estaba; esbelta como una Diosa pagana,  cabello rojo brillante, ojos verdes, labios color rojo furioso, piel de porcelana y un vestido rojo ceñido al cuerpo con un tajo que permitía admirar unas piernas interminables. El perfume y su piel eran una combinación perfecta. Embriagaba su sensualidad.
Caminó hasta la barra y se sentó  dejando entrever su desnudez debajo del  vestido. 
El vagabundo se acercó y le dijo:
-Hola, ¿Que vas a tomar muñeca?-
-Buenas noches, nada y no me llames muñeca.- respondió secamente.
-Como quieras, dime tu nombre entonces.-
Pensó por un momento y dijo: -Bla…Estefanía.-
-Estefanía…bello nombre elegiste.- dijo con sarcasmo.
-Tu primera vez aquí, ¿verdad?- aseveró.
-Si, una amiga me dijo que es un buen lugar para encontrar hombres solitarios.-
-Pues lo encontraste.-
Dijo mientras le posaba una mano sobre la pierna desnuda.
La mujer sonrió y le clavó la mirada.
-¿Y tú cómo te llamas?-
-Ra…Máximo.- le dijo.
-Bien Estefanía, somos adultos así que no daré vueltas: quiero que vayamos a un lugar tranquilo, te quiero para mí esta noche.-
-Eres impulsivo…me gusta.- respondió ella.
-No perdamos tiempo, a dos cuadras hay uno.- dijo él.
-Vamos.- dijo sonriendo y comenzó a caminar hacia la salida.
Salieron del bar y caminaron las dos cuadras en silencio.
Ya en el hotel los atendió una anciana con un parche en el ojo.
Rentaron el cuarto número seis. 
Una vez en la alcoba, Blanca se desnudó dejando caer su vestido.
Se acostó en la cama y le hizo señas a su amante para que hiciera lo mismo. 
Al minuto estaban frente a frente, desnudos. Más no se tocaban, solo se miraban a los ojos, en un intento por desentrañar el misterio que los rodeaba. Fue entonces que él sonrió, buscó el arma entre sus ropas y le apuntó.
Dos disparos de pistola estallaron en medio la noche…
La anciana asustada subió presurosa, abrió la puerta y se encontró con el  hombre muerto, desnudo,  en medio de un charco de sangre.
Al rato llegó la Policía y comenzó a interrogar a la señora.
-No es mucho lo que puedo decirle…llegó solo hace media hora y luego escuché los disparos. Se suicidó, creo. -
¿Llegó solo, no estaba acompañado? - le preguntó el oficial.
-Solito y solo.-

El eterno vagabundo había dejado de existir al fin.
El mismo que mató sin piedad a Blanca en el seno de su hogar durante una terrorífica noche de invierno.
Lejos de allí, en el viejo cementerio aquella dama deambulaba alegre sobre las tumbas.
Hasta que se detuvo en una lápida que decía:
“Blanca, tus hijos y esposo te amarán por siempre. Descansa en Paz.”
Sonrió mientras una luz muy fuerte la envolvía.
                                                      

                                                               F    I    N








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